La historia de un país como México está llena –como muchas otras- de figuras, de héroes, de caudillos, de aquello que los historiadores han querido contar, que han podido contar y a veces lo que el paso de los gobiernos les ha dejado contar.
A este Loco le encantaría que la tan afamada máquina del tiempo o el túnel del tiempo se hicieran realidad y con ello pudiéramos tener acceso a los hechos reales de nuestro pasado, esos que tanto nos marcaron como raza y como pueblo. Pero a falta de mi tan añorada máquina del tiempo, recurrí a tirarme un clavado de cabeza en el Archivo General de la Nación, sin saber exactamente que buscaba, encontré algo que atrapo mi atención, “Un Testigo Presencial”, sí un testigo de los hechos sucedidos a partir de las 10:00 de la noche el 15 de Septiembre de 1810. Fecha que a mis queridos compatriotas no les tengo que explicar –eso espero en verdad- pues en teoría sí sabemos que se conmemora, lo que algunos no sabemos que esa no era la fecha planeada para iniciar los “negocios” de la independencia, sino hasta el 29 de del mismo mes. Mi testigo se llamó Pedro Sotelo y era oficial en esos años; y como lo que dice se explica por sí solo, aquí les dejo este documento con doscientos años de edad en los hechos que relata… espero lo disfruten tanto como yo, pues si bien estoy rompiendo mi norma de no escribir nada más largo que una cuartilla, este día se merece un esfuerzo mayor…
“Llegó por fin el deseado día; y aunque no fue el que se había elegido, el día 29 de Septiembre el nombrado para la grande empresa, pero el día 15 de dicho mes a las diez de la noche, llegó el Señor Allende y algunos compañeros, los cuales no pudieron hablar con el Señor Cura porque tenía visitas y en la esquina de los Olivos esperaron que se desocupara.
No tardó en quedar solo el Señor Cura, inmediatamente se presentaron el Señor Allende y los que le acompañaban, y con semblante serio y grande agitación comunicaron al Señor Cura que el negocio estaba para fracasar, y en un momento perderse todo lo que tenían intentado.
"¿Usted dirá qué hacemos?" dijeron, y el Señor Cura respondió: "En el acto se hace todo, no hay que perder tiempo; en el acto mismo verán u. u. romper y rodar por el suelo el yugo opresor."
Salió violentamente a la calle y dijo al mozo: "Llámame a los serenos."
Estos eran dos únicamente, se llamaban José el Rayeño y Vicente Lobo.
Vinieron en el acto, y el Señor Cura les comunicó el negocio, ellos se sometieron a sus órdenes y se resolvieron a hacer cuanto les dispusiera.
Les ordenó que fueran inmediatamente a llamar a los oficiales alfareros, y sederos, y mientras éstos venían, decía el Señor Cura a D. Ignacio Allende: "No hay que pensar, ahora mismo damos la voz de libertad."
Llegaron algunos alfareros y sederos, y cuando estuvieron reunidos como quince o diez y seis hombres, alfareros, sederos, serenos, algunos del pueblo que no pertenecían a la casa del Señor Cura, pero que al rumor de la novedad se habían levantado de sus camas, y otros que los mismos artesanos habían convidado al pasar por sus casas, entonces dio orden el Señor Cura a los alfareros para que fueran a la alfarería y trajeran las armas que allí estaban ocultas, que eran machetes, lanzas y hondas.
Todo esto era hecho en un momento, porque el Señor Cura era muy activo en todos sus negocios; y como los oficiales conocían bien su carácter, corrían apresurados a cumplir sus órdenes.
Cuando ya estuvieron las armas, las repartió el Señor Cura por su propia mano a los que estaban presentes las que pedían, diciéndoles: "Sí, hijos míos, las que gusten, para que nos ayudemos a defender y libertar a nuestra Patria de estos tiranos."
Mandó llamar al Presbítero D. Ignacio Balleza, en el acto vino éste Señor y lo nombró jefe de una comisión para que aprehendiera al Padre Bustamante, que era español y Sacristán mayor de esta Parroquia:
Fue el primer paso que se dio; enseguida arengó el Señor Cura en pocas palabras por la ventana de su asistencia a los que se habían reunido, animándolos para comenzar vigorosamente la empresa de nuestra Independencia, y levantando la voz con mucho valor, dijo: "Viva Nuestra Señora de Guadalupe, viva la Independencia."
Y acompañado del Señor Allende y los demás, salimos a hacer la aprehensión de los Gachupines, para cuyo efecto se nombraron comisiones que sorprendieran en sus casas a cada uno de ellos.
Pusimos en libertad la prisión que había en la cárcel y ésta se unió con nosotros para ayudarnos a poner presos a los españoles.
Fue aquello una vocería terrible, vitoreando al Señor Cura y gritando mueran los gachupines.
En esto nos ocupamos la noche del 15 de Septiembre de 1810: amaneció el día 16, día Domingo, memorable y glorioso para nuestra posteridad.
Como fue día de concurrencia por el comercio, se nos reunieron muchos individuos de la jurisdicción y vecinos de la población.
En la mañana de ese día se le mandó un recado al Señor D. Mariano Abasolo, invitándolo para la empresa, e inmediatamente resolvió sin vacilar que estaba anuente y a las órdenes del Señor Cura, que con mucho gusto tomaba las armas para acompañarlo, y a pocos momentos se presentó.
Don Juan Lecanda, español, Administrador de la Hacienda de Rincón (de Abasolo) ignorando lo que pasaba en la población, vino a misa, pero entrando a la casa del Señor Abasolo, le dijeron lo que habían hecho con los españoles, e inmediatamente se volvió a salir sin apearse del caballo y se fue para Guanajuato.
El Señor Cura con mucha actividad no cesaba de disponer y ordenar la gente que se había reunido, y mirando que ya se contaba con un número considerable de gente adicta, resolvió organizarla en forma de tropa y encomendó esta comisión a D. Ignacio Allende; porque este Señor era instruido y práctico en la disciplina militar, y porque conocía a varios Señores que podían servir de oficiales para la organización de la tropa, aunque improvisamente…
…Al emprender mi marcha para Guanajuato dejé abandonados a mí querida madre, a mi cara esposa y a mi hijo tiernecito fruto primogénito de mi matrimonio, sin más auxilio ni recurso que la Providencia Divina, impulsado por el deseo que tuve siempre, de ayudar en cuanto fuera posible por mi parte a hacer la Independencia de mí cara patria, y cumplir la promesa que solemnemente hice al Señor Cura de dar la vida si fuere necesario para llevar a efecto la libertad de todo nuestro país.
Confieso que no era otro el interés que yo tenía...”
¿Dónde están los héroes de la Independencia de este hermoso país? No están en los libros que engrandecen a unos cuantos para dar identidad a un pueblo; no están en los pillos, que por haber ganado una batalla; se engrandecen para dar identidad a un pueblo, tampoco están en las figuras que imitamos durante las celebraciones… NO, no están ahí.
Están en cada uno de nosotros como mexicanos que damos día a día nuestro mayor esfuerzo para mejorar, para crecer como país, para cumplir y hacer cumplir las leyes… y en aquellos, cientos o miles que dieron su vida en las luchas por la liberación de México, nuestro México.
¿Y saben?
Ya es justo que nos liberemos otra vez; de la inseguridad, de la violencia, del hambre, de la corrupción, de todos aquellos males que aquejan a este hermoso pueblo y que si bien, no es necesario que tomemos las armas, si es necesario que decidamos de una vez por todas ser el país que somos y que no hemos dejado florecer.
Si alguno de mis lectores quiere tener el texto completo de la narración de mi testigo, lo pueden encontrar en el siguiente enlace: Texto Completo